Aún tenía muchas cosas en que pensar, pero lo que sí sabía era que no quería dejar de besarlo.
Rose Weasley estaba segura, como nunca antes, que había cometido un error en la preparación de la Amotentia. La poción no podía oler de esa manera.
Dominique Weasley era adictiva y dañina, como aquel cigarrillo que sostenía entre sus dedos.
La manera en la que ellos dos se entendían mejor que nadie era envidiable. No querían, pero eran perfectos el uno para el otro.
Robándose así besos y caricias que ninguno se atrevía a dar sin la necesidad de estúpidos juegos. Manteniendo la ilusión de que de esa manera, aquella linda amistad no se rompería. Aunque no era cierta, y ambos lo sabían, muy en el fondo.