Un lobo con piel de oveja. Eso era justamente, definición más acertada que esas veinte letras componiendo una frase no existía, o fue lo más cercano a una explicación obtenida por la mente del bartender.
Yata Misaki entendía la obligación –sí, obligación- de haberse detenido en la tercera ocasión, porque la mesa no era el sitio adecuado para continuar aquello.
Él no era ningún adolescente dominado por las hormonas. No claro que no y, defendiendo ese argumento fue que decidió mantener un poco de dignidad.
Apenas Yata abrió los ojos y procesó la situación quiso lanzarse por la ventana, tal vez el impacto de su cráneo contra el concreto le provocaría su ansiada amnesia.