Para ser un Omega, la vida de Giyū avanza tranquila entre las filas de los demon Slayer junto a su mejor amigo Sabito, lo que no esperaba era un cachorro aferrándose a él, como si su vida dependienta de eso. No había forma que Giyū se separará de su pequeño cachorro, después de todo, el amor de madre es eterno.
Las personas dicen que cuando se está enamorado, ven el mundo de color rosa. Para Senjurō en un principio fue así, pero con el pasar del tiempo el color que tomó su amor es de un lapislázuli, tan profundo como el océano, calmante, gentil, que lo arrulla. Kyōjurō seducido por esa mirada lapislázuli que lo invita a sumergirse en las frías, profundas pero sobretodo misteriosas aguas.
He Cheng era lo que muchos denominaban como un alfa perfecto, era capaz sin recurrir a su voz de mando subyugar a todos a sus órdenes, incluso otros alfas terminaban rendidos con la energía de peligro que su jefe exudaba, era elegante, estoico, siempre con una expresión neutra... Por eso, ver como esa apariencia se desquebrajaba frente a sus ojos, hacía que Qiu perdiera la cordura.
Giyū era la definición de mar en calma, algo que lograba alterar los nervios de Sanemi a niveles imaginables. Estaba cansado de ese rostro en blanco imperturbable, por eso, cuando se encontró con la oportunidad de ser el responsable de la agitación violenta de aquellas aguas, no pudo evitar atacar con su ímpetu y la fuerza de su viento. Creando así una inimaginable Tempestad.
Kyōjurō necesita un lugar donde quedarse, con la ayuda de Uzui termina frente a Sanemi quien junto a Giyū estaba buscando un compañero de piso. Tres personas tan diferentes compartiendo un mismo espacio no puede traer nada más que un montón de situaciones que los harán unirse de una manera que nunca imaginaron.