Te despides de ella entre cientos de detalles que siempre han parecido insignificantes. Hasta ahora.
Porque tal vez, y sólo tal vez, él sabe que siempre se ha tratado de ella; que quizá todavía pueden ser amigos. De los sinceros, de los de verdad.
Y a pesar de todo, Merope no le cuenta a padre la verdad; no le dice que ha sido culpa de él.
Son instantes efímeros que los hacen infinitos. A él, también a ella. A los dos.
Es la primera vez que oye un sonido tan agudo, tan afilado, pero también la última que escucha una melodía tan suave y delicada.
Tú y lo que siempre te obligarán a fingir; tú y lo que jamás te permitirán ser. Solo tú.
Lo sabes, Pansy; sabes que eres tú quien tiene que enfrentarse a la más absoluta indiferencia.
Al fin y al cabo, sabe que Pansy nunca ha aceptado el silencio por respuesta.
Nunca se ha tratado de la guerra, jamás ha sido sobre otros. Siempre se ha tratado de ti, también de mí, de nosotros; de que soy capaz de cualquier cosa por conservar junto a mí tu locura, la que he aprendido a querer como propia. Al final, todo se reduce a nuestra historia.
Cálido y abrasador, amargo y casi desagradable. O tibio y dulce cuando ya se ha puesto el sol. Porque hace tiempo que Tom no sabe quién es.
La recuerda con las ropas raídas y su pelo enrededado, con el rostro alargado y sus ojos que bizquean. La recuerda triste y asustada, pero la sueña libre, completamente feliz. Como si aquello fuera su propia morfina.
Ve el pánico y la desesperación, la angustia y el miedo asfixiante y envolvente. Y entonces lo entiende; comprende que ellos no son el verdadero enemigo.
La razón de su esperanza se llama Susan Bones.
Esa noche tú, Lord Voldemort, te despides de Tom Riddle para siempre.