Para Taiju Shiba ser privado de su libertad no sólo significó que se convirtiera en un juguete, lo que aquel par de hombres le hizó, alcanzó más allá de su imaginación, más allá de lo que una vez conoció. Se sintió un juguete, un juguete que podían armar, desarmar, romper, tirar y volver a usar.
Aquella cabellera dorada llamó tanto su atención que no dudo en volverlo su entretenimiento en el menor tiempo posible.