Adrian es su rayo de esperanza en medio de esa peculiar pesadilla, pero también es la llama que acabará haciéndole arder.
El fuego acabó con Alex, el fuego convirtió a Adrian en lo que es ahora, y sin embargo no tuvo la compasión de reducir el dolor y los recuerdos a cenizas.
Natalia está enferma y está rodeada por la oscuridad. Sin embargo, dentro de ella hay una voz; y le cuenta cosas.
Alexander ya debería haber aprendido a no hacer promesas que no puede cumplir, pero cuando se trata de Adrian no puede evitarlo.
Después de toda una vida rodeado de desgracias, Darío llega a Rocavarancolia. Y descubre que todo eso no es tan malo como se había resignado a creer, ni tan bueno como tenía esperanzas de que fuera.
Alexander sabe que, si quiere seguir viéndose con ella, tendrá que complacer a Adrian.
Ella es vida. Letras, tinta, sílabas. Ella es día. Rubor, calor, venas en ebullición. El sí de existir, el no de morir. Ella es el arte. El arte de la sangre, el arte de los sueños, el arte de la guerra. Ella es el vértigo del riesgo, del peligro, del todo por todo y el nada sin nada. Y ella es más que un simple nombre: su amada.
A Adrián le hubiera gustado pasar más tiempo con él, pero a veces, el destino nos repara caminos diferentes a lo que habíamos pensado.
Tres son los momentos que dejaron marca en la mente de Lizbeth para nunca irse, tres que la hicieron reconsiderar todo su mundo, aunque podría resumirlos en ella.
En un principio Marina no lo había creído posible, pero ahora no duda en que, aun estando en la ciudad de los monstruos, pueden ser felices.
A veces lo único que logra distinguir entre los recuerdos es el dolor. Y, por alguna razón, esa maldita ciudad no quiere que olvide.
Da igual dónde mire Esmael; todo le recuerda que Rocavarancolia ya no es lo que era.